Existe un lugar a donde cada día volvemos. Nos quitamos el disfraz de ejecutivo o el uniforme que ridículamente nos uniformiza para volver a ser nosotros. O simplemente, a ser. Ese cajón alberga todos nuestros secretos: un alicate, algunas pastillas, una Virgencita recuerdo de unas vacaciones, un libro, un reloj roto, una crema para algún dolor, un trocito de algo que se salió, un clavito que ya no recordamos a donde pertenecía, unas pilas, el control remoto, papeles, el velador con la pantalla medio torcida. Una mancha de humedad que conocemos de memoria, si...