Pero la verdad de la milanesa, amigos, es otra. Pues en el Medioevo los pecados capitales no eran siete como en nuestros días, sino ocho. ¿Qué cuál era el octavo? El octavo pecado capital era la tristeza. Y el saber distenderse y recrearse de manera ordenada era considerado una virtud. ¿Y quién dijo eso? Lo dijo Santo Tomás de Aquino...